El uso de la palabra es sin dudas el mayor recurso que tiene el ser humano para llegar a la mente y corazón de los demás, es la vía por la cual podemos exponer nuestras ideas, demostrar nuestros sentimientos, externar nuestros deseos y es en duda, el medio por el cual revelamos nuestros conocimientos en general.
El art. 49 de la Constitución que nos rige, habla sobre el derecho a libertad de expresión y una serie facultades que tiene el ser humano, como el derecho a la información. Luego de describir los 5 numerales que componen dicho artículo concluye con el párrafo siguiente: “el disfrute de estas libertades se ejercerá respetando el derecho al honor, a la intimidad, así como a la dignidad y la moral de las personas…”, pero la realidad es que, casi siempre utilizamos nuestra boca para criticar a los demás, insultar a quien se nos cruza por el frente, hablar mentiras, expresar vulgaridades, para quejarnos de todo y todos, pero pocas veces utilizamos el buen dominio de la palabra para aportar soluciones, para defender nuestros derechos, para brindar amor y cariño. La mayoría del tiempo expresamos por medio de las opiniones la envidia que les tenemos a los demás, utilizamos sarcasmo en contra de lo que nos parece desconocido y nos burlamos de quien es diferente.
Para sancionar estas prácticas, el Código Penal Dominicano, nutrido de la Ley de Expresión y difusión del pensamiento no. 6132 de 1962, nos habla de la difamación y la injuria, contenidas en los artículos 367 y siguientes. Están condicionadas a prisión correccional de 6 días a 3 meses más pago de multas de 5 a 25 pesos (art. 371, Código Penal) siempre y cuando estas difamaciones e injurias se hagan de manera pública, mientras que las injurias que no tengan carácter público serán sancionadas con penas simples de policía (art. 373, Código Penal).
Es mejor entonces quedarse callado cuando no se tiene nada importante que decir. No es necesario hablar de más para demostrarle a los que no rodean “cuanto sabemos” sobre algún tema en específico, cuando en realidad no sabemos nada y preferimos no quedarnos en silencio emitiendo un juicio poco creíble y hasta mal fundamentado. El silencio aunque la mayoría no crea, deja mucho que decir, es nada y lo es todo. El hombre que sabe ser discreto hace dosificar su postura.
Del mismo modo muchas personas utilizan el tono “megáfono” para dirigirse a los demás. Están completamente seguros que al alzar la voz al máximo volumen es imponerse a las personas, engrandecerse, es dejar más claro su punto, cuando en realidad crea el efecto contrario. Una persona que hable “duro” es una persona que se ve poco discreta, mal educada, desagradable y hasta se presta para que le falten el respeto o la manden a callar. Una persona con el tono de voz bajo se ve hasta más educada, delicada, sutil, que realmente es saludable escuchar.
Hay que reconocer que muchas veces debemos unir las voces, realizar un estruendo al luchar por una buena causa, pero con respeto y buenas costumbres, alterando al orden público, pero no de manera violenta. Es más, protestar es un derecho, reclamar lo justo es una facultad, siempre y cuando se haga dentro de los lineamientos establecidos.
El uso de la palabra es un derecho establecido en nuestra Constitución sujeto intrínsecamente a unos deberes emanados por la escucha, la prudencia y la lectura. Para emitir cualquier juicio debemos saber ante todo escuchar, estar bien dotados del tema y tener muy presente cuándo, cómo y dónde es correcto expresarnos. La subjetividad es permitida siempre y cuando no sea utilizada como escudo ante nuestra ignorancia. Vemos todos los días como los seres humanos utilizamos el modo subjetivo para decir cuanta sandez se pasea por nuestra cabeza, tratando desesperados, de “impresionar a los demás.”
De la misma forma, el Código Civil Dominicano en su art. 1134, Pacta Sun Servanda, le da fuerza de ley a lo convenido de forma oral y escrita entre las partes, por lo que podemos concluir que: “Las promesas tienen fuerza de ley”. Aquí vemos la importancia social, moral y jurídica que encierra “el decir”, que a lo mejor no le damos importancia porque no pensamos en las consecuencias que tendrán nuestras palabras una vez salen de nuestra boca.
“Por la boca, muere el pez.” Nuestra palabra puede construir arboles de amor y buenos deseos, hasta herir y destruir los sentimientos de una persona. No dejemos que la crítica mal elaborada, el amarillismo de nuestro país inunde con sus fuertes corrientes. Podemos desnudarnos totalmente o simplemente podemos enterrarnos, simplemente con el pronunciamiento de nuestras expresiones, cuando de emitir criterios se trata.
La tolerancia, el respeto, la prudencia y el discernimiento son valores que deben ir siempre de la mano a la hora de tomar el turno para hablar. Somos civilizados o por lo menos intentamos serlo, el dialogo siempre es bueno, ayuda bastante, pero basado en estos principios, de modo que logremos una relación emisor-receptor más efectiva y sana, adecuando nuestro vocabulario al grupo de personas a las cuales nos dirigimos, de forma que siempre nos demos a entender.
La Santa Biblia no quiso dejar escapar este tema y dentro de sus enseñanzas quiso incluir: ". . . porque de la abundancia del corazón habla la boca."( Lucas 6:45b) Lo que decimos refleja bastante lo que se encuentra en nuestro interior, lo cual nos representa ante los demás, es nuestra carta de presentación.
Es cuanto.
Referencia:
“Filosofía del Silencio”, Arvelo, Alejandro.
“Constitución de la Republica Dominicana”(2010)
“Santa Biblia”
“Código Civil Dominicano”.
“Código Penal”
“Ley 6132 de 1962 de Expresión y difusión del pensamiento”
No hay comentarios:
Publicar un comentario