Perder a alguien, perderlo todo. No se pierde lo que
no es tuyo, más la realidad es que se sufre esa partida. Alguien se va o más
bien se lo llevan, parte del vivir es morir, aunque sea en materia.
La criatura llora cuando nace, los tuyos lloran cuando
mueres, dos inicios, dos finales.
Se siente que el tiempo ha pasado tan rápido o tan
lento, lo cierto es que el abismo que crea la noticia hace que todo se detenga
aunque sea por un instante.
Inmensurable el valor del silencio en esos momentos,
aquella ausencia que trae pasado y que cuestiona futuro, pero que está y con
eso, es suficiente. Más aquel callado espacio trae consigo la esperanza de la
eternidad, de lo posible más adelante.
Valoras lo que no has perdido aún, cosas toman
sentido: la muerte también es una maestra porque aún en su dolorosa pasarela te
enseña cosas.
Todo es parte de un dinamismo evidente, pero difícil
de aceptar: perder tanto en tan poco, se lamentan tus lágrimas. Pero llega la
hora de abrir los ojos, entrar a tu templo y escuchar: todo sigue su curso
normal.
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